Recuerdo el día en que entré por primera vez a una escuela de batucada. Mis amigos me habían hablado maravillas sobre la energía y la pasión que se vivían en esas clases, pero yo tenía mis dudas. No sabía tocar ningún instrumento y pensaba que mis dotes rítmicas eran mínimas. Sin embargo, sentí una curiosidad dentro de mí que me empujó a intentarlo.
La primera clase fue una explosión de energía. Cuando entré, el sonido de los tambores resonaba en la sala y la atmósfera estaba cargada de emoción. Bajo la guía de un instructor apasionado y carismático, me uní a un grupo de personas con diversos niveles de experiencia. De repente, el miedo y la incertidumbre se convirtieron en entusiasmo. Al ritmo de los tambores, cada uno de nosotros comenzó a encontrar nuestra propia voz y a sumergirnos en un mundo donde el sonido y el movimiento se entrelazaban.
Lo que inicialmente pensaba que sería un simple pasatiempo se transformó rápidamente en una experiencia enriquecedora. A medida que iban pasando las semanas, no solo aprendía a tocar el instrumento, sino que también me perdía en el ritmo. La batucada fluía a través de mí, creando un sentido de pertenencia que nunca antes había experimentado. Todos en el grupo compartíamos risas, historias y unos momentos únicos que fortalecían los lazos. Esa conexión me hizo sentir parte de algo más grande.
Con cada clase, mi confianza creció. La escuela no solo me enseñaba a ser mejor músico; también me empujaba a salir de mi zona de confort. Recuerdo especialmente una vez en que nos preparábamos para una presentación en un festival local. Los nervios estaban a flor de piel, pero la energía del grupo era contagiosa. Practicamos hasta que nuestros músculos dolieron, pero las sonrisas nunca desaparecieron de nuestros rostros. Esta experiencia impulsó mi crecimiento personal mucho más allá de la música.
Un beneficio sorprendente que nunca había anticipado fue el impacto positivo en mi bienestar emocional. La batucada se convirtió en una especie de terapia. Después de un día estresante, asistir a la clase me permitía liberar tensiones y preocupaciones. Golpear los tambores me ayudaba a centrarme y a encontrar paz en el caos del día a día. Esa liberación a través de la música me ayudó a ver las cosas desde una nueva perspectiva.
A medida que avanzaba, descubrí que la batucada no solo era sobre la técnica y el ritmo. Era sobre la expresión y la celebración de la vida. Aprendí de la cultura que rodea esta tradición, la importancia de la comunidad y cómo la música puede unir a las personas. Participar en talleres, eventos y presentaciones fue una oportunidad para compartir esa pasión con otros y transmitir alegría a los que nos escuchaban.
Una de mis mayores alegrías fue ver a otros principiantes como yo transformarse. Algunos entraban tímidos, dudando de sus habilidades, y con el tiempo se convertían en músicos seguros y vibrantes, dispuestos a darlo todo en el escenario. Ver el crecimiento de otros me brindó una sensación de satisfacción personal, y esa energía se multiplicaba entre todos nosotros.
Hoy, miro hacia atrás y comprendo que un simple paso, como inscribirme en esa
escuela de batucada-batucadas, cambió mi vida. No solo adquirí habilidades musicales, sino también nuevas amistades, una mayor confianza en mí mismo y, sobre todo, el regalo de vivir cada día al ritmo de la música.
Si alguna vez has sentido curiosidad por algo nuevo, no dudes en intentarlo. A veces, un pequeño paso puede abrir un mundo lleno de ritmo, alegría y experiencias que transformarán tu vida de maneras que nunca imaginas. ¡Atrévete a descubrir tu propio ritmo!